Pregón 2006

ROSTROS E IMÁGENES

CUATRO ROSTROS DE CRISTO EN SU PASIÓN

INTRODUCCIÓN

Mis buenos amigos. Permitidme que, antes de comenzar con mis saludos a todos los que habéis tenido la amabilidad de venir a escuchar el pregón de esta Semana Santa, las primeras palabras sean el recuerdo, el cariño y la admiración al Papa Juan Pablo II. Mañana se celebra el primer aniversario de su muerte en olor de santidad, gritada por todos los rincones de la tierra, que él recorrió como incansable misionero del Evangelio.

Estoy seguro que muy pronto gozaremos, cuando la Iglesia le declare santo y grande, porque el pueblo cristiano ya lo ha proclamado así.

Mi pregón va en honor y memoria al Santo Papa Juan Pablo II, uno de los grandes gigantes de la historia del mundo y de la Iglesia.

Ahora sí, mi saludo afectuoso a todos los que estáis aquí en este bello e histórico teatro Cervantes, con un deseo de más cultura, más vivencia religiosa y mayor conocimiento sobre todo aquello que los creyentes en Cristo Jesús celebramos en estos días dolorosos de la Semana Santa y en los días gloriosos y luminosos de la Pascua florida de Resurrección.

Mi saludo a los miembros de la corporación municipal que nos honran con su presencia. Ayer, el señor alcalde tuvo la amabilidad de disculpar su ausencia en una llamada.

A mis hermanos sacerdotes, de los que he recibido aliento para preparar este pregón. No había podido estar presente en ninguno y el año pasado pude disfrutar del gran pregón de D. Jacinto.

Al Sr. presidente, abadesa, junta directiva y cofrades de la Cofradía de la Santa Vera Cruz, vinculada desde hace más de 700 años a la parroquia de San Juan y, teniendo ya en la perspectiva de 4 años la celebración centenaria.

Al Sr. presidente, junta directiva y hermanos de la Hermandad de Jesús Nazareno y Ntra. Sra. de las Angustias que con tanta ilusión y esfuerzo vais avanzando en un camino de formación y actualización.

A todos vosotros, a mi hermana y a mi hermano que están aquí. Él no me entiende, pero siento que su presencia me arropa. Saludo y agradezco la presencia de todos vosotros. Aprovecho este momento para agradecer el respaldo y el cariño que llevo recibiendo desde mi retorno a mi Béjar, al cobijo de nuestra Virgen del Castañar, a la calle donde mis ojos se abrieron a la luz de la vida, muy cerca de la Parroquia de San Juan Bautista.

En ella recibí las aguas del Bautismo y, mi bendita madre, me colocó a los pies de la Virgen del Carmen, recostado sobre su altar; en ella recibí la Confirmación y la Primera Comunión y, desde la parroquia salía revestido como diácono, para recibir la ordenación sacerdotal en la parroquia de El Salvador, a la que me siento muy entrañablemente unido.

Muchas gracias de corazón por las amables palabras de presentación de D. Luis Francisco, uno de los "culpables" de que yo esté ahora aquí. Mi agradecimiento al aprecio del amigo que desde la Concejalía de Cultura ha confiado en mí, como también han confiado las juntas directivas de las Cofradías para proclamar este pregón desde este escenario que me trae recuerdos de mi época de seminarista, debutando en estas tablas, dirigido nada menos que por D. Luis Escobar, por entonces, director de escena, con su estilo y su peculiar pronunciación.

Se representaba un auto sacramental que finalizaba con una solemnísima procesión de la Eucaristía, como una procesión del CORPUS, mientras sonaba el majestuoso Aleluya de Haendel.

Era en verano, tiempo de vacaciones y el grupo abundante de seminaristas de Béjar entonces, actuamos de "extras" en aquella representación, avanzando solemnemente por el pasillo del patio de butacas.

Ahora no estoy aquí como "extra" de ninguna representación. Estoy, por vuestra amabilidad, desde mi condición de sacerdote para proclamar este pregón que anuncia la proximidad de la gran semana de los cristianos. La celebración de la Semana Santa.

He predicado muchos sermones, he dado muchas charlas, conferencias, clases, convivencias, ejercicios espirituales, pero, es la segunda vez que pregono. La primera fue con motivo de las fiestas de mi barriada de "Los Praos" en agosto de 2002, invitado amablemente por la Directiva de la Asociación, de los que guardo un gratísimo recuerdo.

Hoy puede salir una mezcla de todo lo anterior. Lo que sí os digo es que me sale del alma, con un deseo de que nos ayude a todos a una profunda sabiduría de lo que celebramos en esos días tan especiales. Sabiduría tiene que ser más que conocimientos. Tiene que ser vivencia celebrativa.

Desde la mañana festiva del Domingo de Ramos hasta la clara y fulgurante noche del Sábado Santo miles de ojos van a estar clavados en las imágenes que con tanta ilusión y esfuerzo se procesionan por nuestras calles.

¿Qué contemplan? Imágenes duras de un ajusticiado que murió en cruz hace 2000 años. Se trata de Jesús de Nazaret. Un hombre al que ajusticiaron injustamente sin haber cometido ningún delito. Al contrario, fue "un hombre que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él" Hch 10,38.

Se contemplarán también Dolorosas y Soledades de sufrimiento sereno pero esperanzado. Son las imágenes de la Virgen, la madre del Nazareno.

Con este pregón pretendo, también, ayudaros a contemplar las imágenes procesionadas de Cristo Jesús con las miradas que nos sugieren los evangelios. Vamos a provocar que esas benditas imágenes nos hablen, nos digan sus sentimientos más profundos, nos lleven al evangelista del que bebió el autor cuando las estaba cincelando.

Es verdad que el Evangelio es sólo uno. Es la Buena Noticia del kerigma centrado en Cristo Jesús muerto y resucitado, centrado en el amor inmenso de Dios Padre que nos regala a su Hijo y en Él se regala a sí mismo, el amor eterno de la Santísima Trinidad.

Los primeros cristianos, lo mismo que nosotros, distinguieron perfectamente entre Evangelio y los evangelios, que son algo más que una colección de noticias sobre Jesús. Acogieron con gozo su mensaje, lo encarnaron en sus vidas y lo fueron transmitiendo, no como quien transmite una fría información, sino como quien cuenta el origen y el motivo de la profunda transformación que se había producido en sus vidas (AA.VV., Comentario al Nuevo Testamento pág. 13, Editorial Verbo Divino 1995).

Sí, el Evangelio es uno, pero está presentado en cuatro formas distintas según la experiencia de las comunidades de las que bebieron los evangelistas.

Porque los evangelios están escritos desde la luz de la Resurrección, desde las creencias de las comunidades cristianas primitivas y desde la sensibilidad de cada uno de los evangelistas bajo la inspiración del Espíritu Santo.

Los evangelistas no fueron periodistas a pie de campo que iban escribiendo sobre los acontecimientos según iban sucediendo. "Los evangelistas no quisieron hacer una biografía de Jesús, en el sentido técnico que hoy damos a la palabra. No contamos n una cronología segura. Un gran silencio cubre no pocas zonas de la vida de Jesús. Los autores sagrados escriben, no como historiadores sino como testigos de una fe y como catequistas de una comunidad" (Martín Descalzo, José Luis, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, tomo I págs. 11 y 12). Fueron testigos, no cronistas de aquellos tristes y maravillosos hechos que han influido en el cambio de la historia y de las personas.

Se trata siempre del mismo Cristo, pero, uno es el Cristo Jesús de Marcos, otro el de Mateo, distinto, e igual a la vez, es el misericordioso galileo de Lucas y, teológico es el dulce Jesús del discípulo amado Juan.

Cada uno de ellos ha esculpido o dibujado el rostro de Cristo con su sello y estilo propio. Por eso son distintos, como distinto es el bendito Cristo de Cabrera del Cristo de Serradilla. Distinto es el Cristo de Velázquez, con su lánguida melena, del Cristo de Dalí, suspendido entre el cielo y la tierra. No es lo mismo un Cristo de Gregorio Fernández que un Cristo de Salcillo.

En todos está representado el misterio del sufrimiento de Cristo en su pasión y muerte, pero en cada uno aparecen características distintas.

Vamos a releer a cada uno de los evangelistas para descubrir qué rostro nos presentan del Divino Redentor, para que las bellas imágenes de nuestra semana santa bejarana nos hablen y toquen en profundidad nuestros sentimientos humanos y religiosos.

Para todo esto he querido inspirarme en estudios de algunos autores que siempre me han ayudado mucho y a los que rindo mi gratitud.

He bebido del sacerdote, teólogo, periodista y poeta de feliz memoria, D. José Luis Martín Descalzo, sobre todo en el tercer tomo de su obra Vida y misterio de Jesús de Nazaret. (Ibíd, Tomo I, Los Comienzos; tomo II, El Mensaje; tomo III, La cruz y la gloria. Ediciones Sígueme 1988).

Me ha permitido que utilice también sus escritos mi buen amigo y compañero en el Claustro de Profesores del Seminario de Plasencia, D. Jacinto Núñez Regodón, Doctor en Teología Bíblica, profesor de Nuevo Testamento en la Universidad Pontificia de Salamanca y canónigo de la Santa Iglesia Catedral de Plasencia.

Quiero rendir desde aquí mi admiración y agradecimiento a D. Olegario González de Cardedal, gran Catedrático de Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, que por los imperativos de la edad se ha jubilado. He aprendido mucho de sus conferencias, de sus libros y de su amistad.

En el primer tomo de Fundamentos de Cristología escribe: "Cristo es un hecho simple y transparente en su origen, aun cuando luego haya sido fuente de una admirable complejidad y plenitud. La perenne tensión del cristianismo deriva de esta convergencia entre hechos históricos y plenitud de verdad, persona única de Jesús y multitud de cristianos" (González de Cardedal, Olegario, Fundamentos de Cristología I, pág. 103).

Apoyado, en estos doctor maestros, pero, sobre todo en los mismos evangelistas vamos a ir examinando los rostros de Cristo en los cuatro evangelios que nos ofrecen cuatro relatos de la pasión y muerte del Señor, alimento fundamental para la vida cristiana.


1.- En primer lugar vamos a contemplar el rostro del CRISTO SILENCIOSO Y DOLORIDO DE SAN MARCOS

La pasión según San Marcos fue seguramente la primera que se escribió y en la que podemos intuir los sentimientos profundos de Jesús en aquellos trágicos momentos, así como sus reacciones más profundas.

Su imagen es la de un hombre doblado bajo una pesada cruz. Por eso nuestro popular vía crucis siempre ha pensado en las tres caídas camino hacia El Calvario. Su rostro ensangrentado refleja un alma rota, un corazón que se le parte de sufrimiento.

San Marcos, como buen catequeta, resalta con fuerza los hechos violentos que constantemente están golpeando al inocente Jesús. Ultrajes, burlas, insultos y salivazos de parte de "un tropel de gente con espadas y palos", y de parte de los guardias y los soldados, de parte de los sacerdotes y de los ancianos 14,43; 15,16-19.29-32, de parte, en fin, de una multitud enfurecida que grita una y otra vez "crucifícalo" y prefiere la libertad del bandido Barrabás a la del inocente y dulce Jesús 15,6-15.

Este silencio nos desconcierta más, cuando está ante el sumo sacerdote y nada responde sobre las graves acusaciones que aquellos enemigos enfurecidos le lanzan. Tiene que preguntarle: "¿pero, no respondes nada?" 14,60-61.

Y, el que es Palabra calla. El mismo gobernador Poncio Pilato está desconcertado y también le tiene que preguntar: "No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan" 15,4-5. Pero Jesús calla, apenas habla. Y cuando lo hace es para decir: "Siento una tristeza mortal" 14,34.

En este evangelio de Marcos Jesús no dice nada ante la defensa belicosa que Pedro le hace al darle un tajo y cortar la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús no habla no dice ni hace nada. Es como un testigo mudo de aquel horror en torno a él 14,47.

Tiene especial relevancia el abandono de los discípulos cuando le prenden en el huerto de los olivos. "Todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron" 14,50. pero ya le habían abandonado antes al quedarse dormidos, mientras el solitario Jesús oraba con el corazón angustiado.

Da la impresión de que Pedro no le abandona. Le sigue, sí, pero "de lejos" 14,54, y, cuando se ve identificado como uno del grupo de Jesús, niega con insistencia, y por tres veces: "Yo no conozco a ese hombre" 14,66-72. Lleva a cabo el más cobarde de los abandonos.

El silencio de Jesús se rompió cuando ya está clavado en la cruz. Grita con unas palabras que siempre nos han desconcertado aunque estuviera rezando el salmo 21.

¿Es un grito, es una pregunta, es una queja? ¿Es la acumulación de tanto silencio que tiene que romperse porque hay un volcán dentro que acaba estallando? Es la constatación del peor de los silencios, el abandono del mismo Dios que es su Padre. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 15,34.

Hay un silencio muy significativo en la narración de Marcos. Se habla de algunas mujeres que contemplan la escena de lejos 15,40, pero no se menciona la presencia de la mujer principal, la Madre, la mujer del silencio y de la escucha.

Éste es el Cristo de Marcos, que nos expone los hechos en su fría objetividad para subrayar, así, la realización desconcertante del designio de Dios y presentar la Pasión y la Cruz como un escándalo, como un sinsentido.

Al contemplar esta figura que se nos presenta, podemos constatar el desconcierto del dolor, y el sinsentido del sufrimiento y de la muerte. Son las realidades de nuestro "valle de lágrimas" que, en los peores momentos de nuestra vida, da la sensación de que Dios calla porque, o no existe o, se aleja de nosotros cuando más lo necesitamos.

"Aprendemos aquí que hay una palabra de Dios que tiene forma de silencio y que hay una presencia de Dios que tiene la forma de una ausencia sentida y anhelada: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Núñez Regodón, Jacinto, pregón de Semana Santa en la Santa Iglesia Catedral de Plasencia.

Pero, donde parece que Dios calla y, calla el mismo Jesús, grita el velo del templo que se rompe de arriba abajo y un pagano proclama, como un manifiesto solemne, la fe de la comunidad: en el fracasado de la cruz, en la forma de vivir que Jesús ha llevado y ha enseñado, está la gran Verdad, la única salvación auténtica y para siempre. "Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios" Mc 15,37-39.


2.- Ahora, como un segundo paso de nuestra procesión bíblica, contemplamos EL CRISTO INOCENTE DE SAN MATEO

El segundo rostro de Jesús en su pasión nos lo ofrece el evangelista San Mateo. Sólo Mateo conserva aquellas famosas palabras: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprenden de mí que soy sencillo y humilde y encontraréis vuestro descanso porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera" Mt 11,28-30-

Este es el Jesús de Mateo, el que ha venido a compartir nuestros sufrimientos y a ser nuestro liberador. Pero en su rostro se refleja la serenidad y la paz.

Mateo bebe en la misma fuente que Marcos para redactar su amplio evangelio como queda reflejado en las mismas palabras que dice Jesús: "Siento una tristeza mortal" 26,38. Y las palabras últimas siguen siendo las mismas: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" 27,46.

Pero los hechos de la pasión del Señor están narrados con meno dramatismo que en evangelio de Marcos. Cuando Pedro corta la oreja del criado del sumo sacerdote, Jesús no permanecerá impasible; le dice a Pedro, y al decírselo a él se lo dice a todos los violentos: "mete la espada en la vaina, porque quien a espada mata a espada muere" 26,52.

Llama profundamente la atención que tenga que ser la misma esposa de Pilato la que se opone a todas las sentencias condenatorias de las autoridades. Por eso quiere disuadir a su marido para que suelte a Jesús: "No te metas con este justo" 27,19. Y porque es justo es inocente.

El mismo Judas, el discípulo que lo entregó con un beso falso, gritará la inocencia de Jesús por los salones de los sumos sacerdotes y senadores antes de ahorcarse: "He pecado entregando a un inocente" 27,4.

Finalmente, para Mateo aquella situación, a primera vista desconcertante y contradictoria, tiene un sentido: responde al designio de salvación del padre. Por eso, repetirá una y otra vez: "Según las Escrituras esto tenía que suceder así" 26,54, "todo esto ha ocurrido para que se cumpla lo que escribieron los profetas" 26,56, o "así se cumplió lo anunciado por el profeta Jeremías" 27,6.

Desde este planteamiento de Mateo en la comprensión de la cruz de Jesús, es más fácil para nosotros conocer nuestras propias cruces y las cruces y sufrimientos causados a los demás.

Jesús es inocente, por lo tanto, su muerte delata que existen unos culpables. Jesús es víctima porque otros son verdugos. En la sociedad hay mucha víctimas porque otros son verdugos.

Los cristianos hemos de ser realistas, nunca conformistas con situaciones de violencia, de extorsiones porque no todos los males son inevitables. Es posible luchar contra el mal, porque la injusticia tiene que ser atacada. Hay que denunciar a los culpables y no quedarse con los brazos cruzados. Hay que ponerse de parte del inocente y combatir a favor del bien.

Aprendemos que si la muerte de Jesús tiene un sentido en el plan de salvación de Dios, también nosotros habremos de buscar el sentido de nuestro dolor.

Que si "era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria", también nuestros padecimientos nos acrisolan y nos purifican en cuanto corrigen nuestra autosuficiencia, denuncian nuestra superficialidad y nos convierten en grano de trigo que, si muere, puede dar mucho fruto.


3.- Tercer rostro: EL CRISTO MISERICORDIOSO DE SAN LUCAS

Vamos a fijar, ahora, nuestra mirada en el relato de la Pasión según el evangelista Lucas, teniendo en cuenta que su Jesús es la misericordia en acción; también, en los duros momentos de su pasión.

El escritor sagrado resalta algunas actitudes de Jesús que enriquecen el sentido de su muerte en relación con el sentido de su vida.

Es el evangelio sobre la sensibilidad de Jesús y, por eso, es el evangelio de la misericordia, del acercamiento a los últimos excluidos. El Jesús de Lucas parece encarnar la frase del antiguo profeta bíblico: Dios quiere misericordia, no culto.

Por eso es perseguido y acosado por descender a los parias, por comer con publicanos y pecadores, por dejarse tocar por desmelenadas prostitutas.

Ya no es el Cristo encorvado de Marcos. Alza la cabeza y levanta la mirada del suelo para fijarla alrededor. Porque hay muchos leprosos, ciegos, tullidos y pecadores que necesitan la salud integral del cuerpo y del alma.

Jesús ya no es sólo una víctima que parece impasible. Se alza con superioridad como agente activo de la escena. Se manifiesta como un maestro que nos enseña desde su sufrimiento, y cura el sufrimiento.

Así sucede con el criado del sumo sacerdote en el huerto de los olivos, herido por Pedro. Jesús le cura, no tanto para demostrar su poder con un milagro, sino para manifestar su generosidad y misericordia en una hora de tanta crueldad y traición sobre él 22,49-51. Otro hubiera estado pendiente de sí mismo, de su defensa, Jesús no. No ha venido a que le sirvan, sino a servir. Su vida y su muerte es un servicio.

Aunque Lucas suaviza los detalles crueles y ofensivos como son las burlas mofas e insultos y no dice que todos le abandonaron, no por eso deja de proclamar, todavía con más insistencia que Mateo, la inocencia de Jesús en boca del mismo Pilato 23,4.24.22.

Os invito a pensar en el rostro de Jesús en tres momentos de compasión y misericordia, plasmados en tres palabras exclusivas del evangelio de Lucas:

* La primera está dirigida a las mujeres de Jerusalén. Va subiendo sin fuerzas hacia su patíbulo, pero no va pendiente de sí mismo, sino del sufrimiento de su alrededor. La sensibilidad femenina llora ante el sufrimiento de un inocente y se lamenta por él. Jesús, el misericordioso, el que había proclamado dichosos a los que lloran, les tiene que decir: "no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos" 23,27-28. Qué maravilla es la compasión extrema de Jesús. Se cuida más del dolor de los otros que del suyo propio.

* La segunda palabra corresponde a la primera de las siete palabras de Cristo en la cruz. Está dirigida al Padre. Pide el perdón de sus malhechores: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" 23,34. Esto sólo tiene un nombre: Misericordia infinita, misericordia de las entrañas de Dios que no puede hacer otra cosa porque es amor, "amor que perdona" (Benedicto XVI, Deus caritas est, nº 10), como dice el Papa Benedicto XVI en su primera y maravillosa encíclica "Deus casitas est". Por eso, "sólo el amor es digno de fe" según el librito precioso, y profundo del teólogo Von Baltasar (Hans Urs von Baltasar, "Sólo el amor es digno de fe" Ediciones Sígueme 2004).

* La tercera también pertenece a una de las siete en la cruz. Está dirigida al ladrón arrepentido: "Hoy estarás conmigo en el paraíso" 23,43. Porque el amor de Jesús rompe las barreras de la muerte.

En la sacristía de la parroquia de San Juan hay un pequeño crucifijo que recibe la veneración del sacerdote al salir a celebrar los sagrados misterios y también cuando vuelve. Es el mismo crucifijo que utilizamos al rezar y meditar el Vía-Crucis en los viernes de cuaresma. Tiene la cabeza levantada y está girada a la derecha. Tiene la boca entreabierta porque se está dirigiendo al ladrón arrepentido cuyo arrepentimiento ha hecho que se le conozca como "el buen ladrón".

* Hay otra palabra, que no es exclusiva de Lucas, aunque suena con un tono distinto. Según Marcos y Mateo, Jesús había gritado en la cruz: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

Ahora no grita el abandono y la terrible soledad, ahora se proclama la confianza infinita del Hijo que tiene siempre la memoria actualizada de que su Padre nunca le ha abandonado. Ahora se entrega confiado a unos brazos que siempre le han sostenido, y por eso tiene que decir "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" 23,46.

El Cristo que nos ofrece el tercer evangelista es maestro y modelo de sufrimiento. Su pasión se ha convertido en compasión porque ha padecido con los demás y por los demás. El dolor no le ha encorvado sobre sí. Al contrario, le ha hecho aún más compasivo; y porque ha sufrido, él es capaz de compadecerse de sus hermanos cf. Heb 4,15. Es el Cristo de brazos abiertos al que pueden venir a cobijarse todos los menesterosos.

Qué bien nos viene a nosotros aprender esta lección para que el dolor, en lugar de curvarnos sobre nosotros mismos y hacernos huraños y recelosos, se convierta en una ocasión de bondad y de ternura, de abandono en las manos del Padre y de confianza en la cercanía y compasión de Jesús.

Es entonces cuando, al caer la noche, en medio de las sombras se puede rezar con toda confianza:

"Como el niño que no sabe dormirse
sin cogerse a la mano de su madre,
así mi corazón viene a ponerse
sobre tus manos al caer la tarde.
Como el niño que sabe que alguien vela
su sueño de inocencia y esperanza
así descansará mi alma segura,
sabiendo que eres tú quien nos aguarda.

      Liturgia de las Horas. Himno de Completas. Jueves


4.- Vamos, ahora, a fijar nuestros ojos y nuestro corazón en EL CRISTO TRIUNFANTE DE SAN JUAN

Sabemos que el evangelio según San Juan ofrece una perspectiva distinta de los otros tres evangelios sinópticos, que muestran diversidad de temas sobre Jesús. En Juan hay un solo tema fundamental: Jesús es presentado como el enviado de Dios, la Palabra de Dios, la explicación verdadera del Dios verdadero.

Juan escribe sobre la persona de Jesús, su misión, su origen, su destino y, también, sobre las reacciones de los hombres ante él. Pero los detalles carecen de valor propio; adquieren significado sólo en relación con el tema central: que Jesús es la revelación plena y definitiva de Dios (Nuevo Testamento, comentarios de Juan Mateos. Ediciones Cristiandad), la presencia y la acción de Dios en este mundo.

Juan también nos ofrece una perspectiva distinta de la pasión. El rostro de Jesús se nos muestra con un brillo especial, porque está reflejando lo que ha sido su vida y va a ser su muerte: un derroche de amor, de un amor sin cálculos, que le hace entregar su vida sólo por amor, llegando hasta el límite del amor de Dios, que es amor sin límites: "un mar inmenso sin riberas".

En el evangelio de Juan se destaca la conciencia de Jesús en el momento de su pasión y de su muerte: "sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre" 13,1 o, dicho de otra manera, "Jesús, que sabía perfectamente todo lo que le iba a ocurrir" 18,4.

No sólo se nos muestra su conciencia, sino también su entera libertad. Antes de la Pasión Jesús había dicho: "A mí nadie me quita la vida, yo la entrego libremente" 10,18.

Concretemos, fijemos nuestros ojos en el rostro humano-divino de Jesús que nos describe el discípulo amado.

* El rostro de Jesús más que el semblante angustioso y miedoso de un reo condenado a muerte tiene la dignidad y la gallardía de un rey victorioso.

Él domina ya desde el huerto de los olivos. Según los otros evangelistas Jesús está por tierra. En Juan los que caen son los soldados cuando van a prenderle en Getsemaní: "¿A quién buscáis? A Jesús Nazareno. "Yo soy". Comenzaron a retroceder y cayeron a tierra" 18,3-6.

"Yo soy" es el nombre de Dios, es la fuerza del Sinaí. Es el poder de Dios que se muestra en el Galileo indefenso ante la chusma deseosa de apoderarse del Nazareno y acabar con Él.

Ante Pilato, mientras se deja juzgar, se muestra como juez y como rey. Proclama su realeza, aunque no sea al estilo de los reyes de este mundo. El es la Verdad, la razón última de todo. Por eso el acusado domina sobre los acusadores. El "Ecce Homo", con manto de escarnio y cetro de caña, domina la escena con toda su dignidad. Es la dignidad del Hijo de Dios. Es la dignidad de toda persona vilipendiada.

Y, al final, Pilato tiene que aceptar lo escrito, escrito está. Jesús, ajusticiado en cruz no es un malhechor. Es rey, 19,22, pero no sólo de los judíos, sino del mundo entero, porque, en el momento en que Jesús es juzgado, se realiza más bien el juicio del mundo y nuestro propio juicio.

* Para este Rey la cruz no es un cadalso; es su trono real.

La hora de Jesús que ha llegado se describe como hora de sufrimiento sí, pero también como la hora de la gloria. esa es la hora de Jesús. Porque cuando es levantado entre el cielo y la tierra, todas las miradas se dirigen hacia Él 3,14-15.

El odio del mundo condena a muerte a Jesús, pero desde lo alto de la cruz, Dios manifiesta su amor infinito en el hijo entregado. Dios Padre nos entrega a su Hijo y el Hijo se nos da enteramente. "tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo único... par que el mundo se salve por Él· 3,16-18.

* Su muerte no es una derrota. Su muerte es una victoria.

Es la victoria de la obra bien realizada, acabada, "ad ungula", como los grandes escultores.

A todos la muerte nos hace girar, inclinar la cabeza. A Jesús no. La muerte no le vence, él vence a la muerte, entregándose a ella. De esta manera hiere de muerte a la misma muerte que ya no tiene dominio. Él inclina la cabeza y se entrega, hace donación de su vida y de su espíritu en un "acto oblativo de amor... que nos implica en la dinámica de su entrega" Benedicto XVI, Deus caritas est, nº 13.


Lo hace cuando todo está cumplido, cuando todo lo ha realizado a la perfección, llevando hasta las últimas consecuencias la voluntad del Padre, que ha sido su alimento" 4,34. Por eso, las últimas palabras de Jesús tenían que ser: "Todo está cumplido" 19,30, llevado hasta el final, a lo sumo, a lo más elevado. Con qué precisión se expresa en latín: "consummatum est".

Y, porque la obra había sido consumada, "inclinando la cabeza, entregó el Espíritu" 19,30.

Con esta expresión, el evangelista, muy propenso a jugar con el doble sentido de las palabras, se refiere tanto a la muerte física de Jesús como al regalo del Espíritu Santo. "Esto es magnífico: el Calvario, la muerte de Jesús, es ya Pentecostés" (Núñez Regodón, Jacinto, pregón de Semana Santa en la Santa Iglesia Catedral de Plasencia). Es efusión del Espíritu Santo, porque la fuerza del amor de Dios se ha derramado sobre el mundo.

Así se explica que del costado de Cristo, dormido en la cruz, fluya la vida de los sacramentos. No tiene ningún sentido que un soldado le traspasara el costado con la lanza 19,34a porque ya estaba muerto. Pero aquí Juan vuelve a jugar con el doble sentido que se entiende cuando se sigue leyendo: "y al instante de su costado brotó sangre y agua" 19,34b: el agua del Bautismo y la Sangre de la Eucaristía.

La muerte victoriosa de Jesús es también nuestra victoria porque nos ha hecho partícipes de su gran generosidad al entregarnos a su madre que estaba en pie junto a la cruz.

La escena es, sencillamente, enternecedora. "Junto a la cruz de Jesús estaba su madre... Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo a quien tanto quería, dijo a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Después dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" 19,25-27.

Ella se ofrecía en el mismo ofrecimiento de su Hijo y en ese ofrecimiento acepta ser nuestra madre. La madre de ojos de misericordia y el corazón también traspasado. Pero con una diferencia. A Jesús le abren el costado cuando ya está muerto. Ella recibe en vida todos los dardos, viendo sufrir al Hijo de sus entrañas virginales. Son los dolores del parto de los otros hijos que somos nosotros.

Podemos pensar, también, en el rostro y en los sentimientos de María, la Virgen de los Dolores, la Virgen de la Soledad, la Virgen de la Piedad.

En su rostro se puede leer la intensa vivencia de las virtudes teologales porque reflejan la fe: "dichosa tú que has creído porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" Lc 1,45. Y llevó la fe, el fiarse de las promesas del ángel, hasta las últimas consecuencias. No estaba encorvada en su dolor, sino en pie mirando hacia el que tiene el sentido de todos los sinsentidos: su Hijo crucificado, la respuesta auténtica para todos los interrogantes de la vida.

En su rostro brilla la virtud de la esperanza. Es el otro nombre de Soledad, Angustias, Dolores. Es Esperanza. Es la consecuencia del "hágase en mi según tu Palabra" Lc 1,38. Es que ella es "vida, dulzura y esperanza nuestra".

Cómo se refleja el sufrimiento en los rostros ajados, envejecidos, surcados por arrugas profundas. El rostro dolorido de María, Madre de Dios y madre nuestra, no está ajado ni surcado de arrugas que envejecen. Es el rostro limpio de la Virgen de vírgenes y amor de amores.

Su amor inmenso ha ido embelleciendo, cada vez más, la maravilla que Dios había hecho con su criatura. Porque está llena de Gracia Lc 1,28 está llena de belleza, la belleza que han reflejado tantos pinceles y han pulido tantos cinceles. Es que el amor es belleza también en el rostro dolorido de la Virgen de la Caridad.

Voy acabando. Pero antes, quiero cederle el micrófono al maestro actual de la Iglesia, al Papa Benedicto XVI que, en el regalo de su primera encíclica, después de habernos ido mostrando su gran experiencia del amor de Dios, acaba así, con una preciosa oración a la Virgen.

"María, la Virgen, la Madre nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva. A ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor:

Santa María, madre de Dios,
tú has dado al mundo la verdadera luz,
Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido así en fuente
de la bondad que mana de Él.
Enséñanos a conocerlo y amarlo,
para que también nosotros
podamos ser capaces
de un verdadero amor
y a ser fuente de agua viva
en medio de un mundo sediento.

(Benedicto XVI, Deus Caritas est, nº 42)

Recobro el micrófono. Finalizo mi pregón con los ojos fijos en los rostros virginales de María nuestra madre, en los rostros expresivos de Cristo Jesús, que nos están buscando y nos están hablando.

Y os digo a todos los cofrades, a todos los hermanos que portáis las imágenes, tanto sobre vuestros hombros como empujando las andas, a todos los que vais iluminando la noche con los velones en alto: contemplad primero los rostros de esas imágenes, grabad en vuestros ojos y en vuestro corazón sus profundas expresiones, interiorizad sus sentimientos, dejad que os hablen.

Entonces nuestras procesiones serán distintas, nuestras vivencias religiosas serán más intensas y verdaderas. os digo a todos y me lo digo a mí mismo: no dejéis que los "pasos" pasen. Dejemos, más bien, que penetren en nuestro corazón para sentir el amor inmenso de Dios que esas imágenes nos comunican con toda su expresividad.

Os deseo una experiencia profunda de todo lo que celebramos los cristianos en la Gran Semana , tanto en la rica liturgia de estos días especiales, como en las devotas procesiones por nuestras calles bejaranas.

Buena Semana Santa, buena Pascua a todos.

Muchas gracias por vuestra benevolencia y por vuestra atención.

Miguel Pérez González
Párroco de San Juan Bautista de Béjar
Arcipreste de Béjar